El texto que sigue es una carta enviada por un matrimonio, compuesto por Miguel Ángel Gayo y Pilar Molina, después de una estancia de un fin de semana en el hotel rural Sierra Luz. Este oasis del turismo accesible se encuentra en la localidad onubense de Cortegana, en la Sierra de Aracena y Picos de Aroche. Hemos querido compartir con todos las sensaciones que despierta una ‘experiencia Sierra Luz’.
ALMAS ACCESIBLES
¡Quienes crearon un lugar así, bien merecen un premio!
Propuse una escapada tratando de salvar la rutina que horadaba nuestro matrimonio.
–Este hotel rural en la Sierra de Aracena parece interesante –le dije a mi mujer mostrando el folleto.
– ‘Hotel Rural Accesible’ –leyó–. ¿Tan mayor me ves?
Ya en la recepción del hotel, quizás espoleada por el entorno de la sierra, mi mujer mostró una jovialidad desacostumbrada:
–¡Aquí podrás trotar como un corcel! Todo es amplio y accesible.
El hotel invitaba al relajo: piscina climatizada, gimnasio rehabilitador, gastronomía serrana, entorno protegido… y en el horizonte, la atenta mirada del antiguo castillo de Cortegana.
–Esa fortaleza resistió duros envites, ¡cómo nuestro amor! –dije yo en un arrebato de lirismo.
Pero fue durante nuestro improvisado paseo por el jardín del hotel, ‘El Jardín de los Sentidos’, cuando descubrimos la verdadera esencia del lugar. El jardín, un vergel formado por árboles autóctonos y plantas aromáticas, se diseñó para despertar el cuerpo de su letargo cotidiano: el plácido susurro del agua correteando por la acequia, la exuberancia de los álamos y los madroños, el olor a romero y hierbabuena, el contraste de colores y texturas… En los recodos del paseo pudimos observar a personas con discapacidad, gente con dificultades en el cuerpo y en el intelecto, familiares y cuidadores, ancianos y jóvenes, todos en armónica convivencia con el entorno. ¡Y es que también el alma resultaba tocada por el vergel!
–No sólo las ciudades y las empresas deben ser accesibles –dijo mi mujer buscando mi mano–. También las almas deben encontrar su justo acomodo.
–¡Almas accesibles! –susurré yo acercando mis labios a los suyos.
Regresamos a la habitación del hotel. Tras el relajo de pasiones que creíamos olvidadas, contemplamos desde la ventana ‘El Jardín de los Sentidos’.
–¡Quienes crearon un lugar así, bien merecen un premio! –pensé.