Texto: Eva Carrasco Aleu

Psicóloga de los servicios residenciales de Alcalá de Guadaira

Hace relativamente poco tiempo hablar de vejez y discapacidad intelectual era casi una utopía. Hoy día sin embargo, la esperanza de vida de esta población ha aumentado prácticamente a la par que en la población general. Una realidad positiva pero que deja al descubierto nuevas problemáticas y retos a la hora de dar respuestas eficaces en una etapa vital tan importante como es la vejez.
Durante el proceso de envejecimiento de las personas con discapacidad intelectual, al igual que ocurre en el resto de la población, se producen una serie de cambios que afectan a aspectos biológicos, psicológicos y sociales. Sin embrago, este proceso ocurre con mayor rapidez que en la población general. Si en la población general se empieza a producir sobre los 65-70 años, en las personas con discapacidad intelectual se produce entre los 45-50 años. Este hecho lo comprobamos a menudo en los centros residenciales, pues cada vez es más común encontrarnos personas usuarias que en un corto espacio de tiempo sufren un deterioro significativo en muchas de sus funciones, requiriendo por tanto muchos más apoyos para poder mantener su calidad de vida.
Por otro lado, el deterioro normal de salud que se deriva del envejecimiento se ve agravado normalmente en personas con discapacidad intelectual, por el hecho de que, en muchos casos, hay una base genética o neurológica que suelen tener como resultado un envejecimiento temprano, un mayor riesgo de sufrir patologías relacionadas con la edad y una mayor incidencia de otros trastornos. Por ejemplo, se ha relacionado el síndrome de Down con un envejecimiento prematuro, con la enfermedad de Alzheimer y disfunciones en diferentes órganos. Otro ejemplo sería el síndrome de Prader-Willi, que está asociado con psicosis en la mediana edad, cambios conductuales y efectos negativos relacionados con la obesidad. El síndrome de William está relacionado con pérdida prematura de la memoria, problemas para andar y afecciones en diferentes órganos. Además de los trastornos genéticos, también es relevante la evolución en una edad avanzada de otros trastornos del desarrollo relativamente comunes como la parálisis cerebral (por ejemplo, osteoporosis y artropatía degenerativa), autismo (por ejemplo, trastornos del SNC y factores neuropsiquiátricos) y espina bífida (por ejemplo, repercusión en el sistema neuromotor y en otros órganos).
Así mismo, hay que tener en cuenta que el envejecimiento está muy condicionado por las situaciones acaecidas a lo largo del ciclo vital (atención temprana, atención sanitaria, proceso de institucionalización, etc.). En la mayoría de los casos, las personas con las que nos encontramos en los centros residenciales no han contado con una estimulación si no es a raíz de su institucionalización. A ello debemos unir los casos que cuentan además con alguna enfermedad mental que requiere tratamientos crónicos, siendo en muchos casos un handicap más a la hora de hacer diagnósticos diferenciales y abordar procesos de deterioro prematuro.
Otro punto a destacar es que las personas con discapacidad intelectual que envejecen cuentan con escasos recursos para ser atendidas adecuadamente en los servicios sanitarios ya que éstos están adaptados para la población general que envejece y no cuentan con profesionales lo suficientemente especializados. Relacionado además con ello estaría la escasa existencia de instrumentos específicos para evaluar las diferentes problemáticas derivadas del proceso de envejecimiento en personas con discapacidad intelectual. Por ejemplo, hay enormes dificultades para hacer diagnósticos precisos de procesos degenerativos como pueden ser la enfermedad de Alzheimer o cualquier otra demencia, basándose los diagnósticos y tratamientos en posibles hipótesis derivadas de la información que pueden proporcionar los centros o familiares y siempre dependiendo de la buena disposición del profesional que trate el caso.

 Sería interesante que los centros contaran con protocolos para la detección de deterioro o envejecimiento.

No hace falta decir que la promoción de la salud, la actividad física, la estimulación cognitiva, el mantenimiento de los hábitos de higiene y una alimentación saludable se hace mucho más importante en el colectivo de personas con discapacidad ya que, un nuevo reto es el de ralentizar al máximo el proceso de envejecimiento, siendo fundamental potenciar propuestas de envejecimiento saludable, trabajando con las mismas directrices que en cualquier otra etapa de la vida de la persona, colocando a ésta en un lugar privilegiado. Para ello sería fundamental conocer, prevenir y paliar, en la medida de lo posible, el proceso de deterioro/envejecimiento, brindando los apoyos necesarios y en consecuencia mejorando su calidad de vida.
Hay pocos estudios que se centren en el abordaje concreto del envejecimiento en las personas con discapacidad aunque hay alguno con propuestas interesantes, donde se sugiere el diseño de herramientas que funcionen como semáforo de alarma e indiquen la presencia del deterioro o envejecimiento (Envejecimiento y deterioro de las personas con discapacidad intelectual de Lantegi Batuak, 2010). Sería por tanto interesante que los centros contaran con protocolos para la detección de estos casos. Otro punto a tener en cuenta sería el de establecer perfiles de necesidades de apoyo para las personas con discapacidad intelectual en situación de deterioro/envejecimiento, diseñando a partir de estos perfiles un abordaje coherente e individualizado.
En definitiva, habría que seguir dando opciones para que las personas con discapacidad intelectual pudieran envejecer pero sobre todo, y lo que es más importante, para que también en esta etapa pudieran seguir haciéndose a sí mismas.