Texto: Victoria E. García Martínez
Psicóloga del Servicio de Menores de Paz y Bien

Mi nombre es Victoria, aunque todos me conocen por Vito. Llevo 12 años trabajando como psicóloga en centros de protección de menores. He tenido la suerte de conocer diferentes recursos y distintas poblaciones a lo largo de estos años. Cuento con la experiencia de colaborar con mis conocimientos, en centros de acogida inmediata y en centros residenciales, con poblaciones que van desde los 0 hasta los 18 años. Aún recuerdo un bebé, de tres días, que cayó en mis brazos hace ya varios años. Mi trabajo se ha desarrollado con menores nacionales, de diferentes etnias, inmigrantes …, todos ellos de niveles socio-económicos muy diferentes.
Sin embargo, todos tenían algo en común, necesitaban saberse queridos y sentirse atendidos, escuchados e importantes para alguien.
A lo largo de los años he vivido diferentes etapas, diferentes políticas respecto a la infancia, priorizando unas u otras alternativas. Pero, sobre todo, he trabajado con el objetivo claro de luchar, contra viento y marea, por el bienestar del menor, por una atención de calidad y un trato humano y solidario con los menores y sus familias.
Estos valores, me han sido traspasados a lo largo de estos años en esta entidad por mis predecesores y responsables y, a su vez, yo he intentado siempre transmitirlos a todos los compañeros que me han acompañado en este camino.
Lo prioritario a nivel técnico ha sido siempre, la atención al menor. Si bien, es cierto que la atención individualizada y de grupo ha tenido una presencia constante, poco a poco se instauró la necesidad de una intervención con la familia, imprescindible para ganarnos la confianza de los menores, así como su respeto.
¿Cuál es el trabajo del equipo técnico en un centro de menores de Paz y Bien?
Bueno, en general, participar en todo lo que haga falta respecto a la atención directa de los menores. Los profesionales de esta entidad, tenemos la ventaja de trabajar in situ en los propios centros, lo que te da una perspectiva real de la situación de los menores, los cuales, te otorgan un papel importante en sus vidas. Esto conlleva, en algunos momentos, abandonar cuestiones más técnicas para implicarnos de lleno y colaborar con el equipo educativo.
En concreto, después de varios años de rodaje, de probar diferentes modelos de intervención, contamos actualmente con una filosofía y una metodología de trabajo, a mi entender, bastante adecuada, dados los recursos de los que disponemos en la actualidad y siendo conscientes de que, los menores y sus familias, siempre necesitan más y nunca será suficiente, porque hablamos de la vida de personas y de su futuro.
Hablamos de las próximas generaciones. Los menores que están hoy en los centros dirigirán el mundo, el día de mañana, por lo que es nuestra responsabilidad ofrecerles lo mejor.
Como parte de un equipo técnico siempre he trabajado con la mayor coordinación posible con el trabajador social, planteando un trabajo multidisciplinar, en el que cada profesional tiene su sitio, su función y la capacidad de complementar al otro. Así mismo, es importante el trabajo de complicidad y confianza con los directores y el equipo educativo. No es viable un trabajo en una estructura piramidal. Mi experiencia es que, para que este trabajo funcione, necesitamos una estructura horizontal, donde cada profesional valora en su área y plantea propuestas que, más tarde, serán valoradas en equipo, donde todos opinan desde sus diferentes perspectivas y se llega a propuestas consensuadas como mejor alternativa para el menor.
Os planteo aquí un esquema de cómo se desarrolla la intervención técnica desde mi experiencia, sin entrar en peculiaridades de las diferentes poblaciones, sino de un modo más general para que os podáis hacer una idea. Más adelante, y si os pareciera interesante, podríamos analizar las diferencias que se plantean en los diferentes recursos.

La llegada de un menor al centro

Comenzamos haciendo una entrevista al menor. Es la primera toma de contacto y el primer acercamiento, donde ya podemos hacer un primer análisis e hipótesis de la situación.
Lo antes posible, buscamos el espacio para tener una entrevista con los familiares, tantos como puedan mantener contacto con los menores. Estas entrevistas suelen darnos informaciones cruzadas que los técnicos, después, vamos uniendo como si de un puzle se tratara.

Estancia del menor en el centro

Durante este tiempo, más largo que corto para la mayoría de los menores, los técnicos vamos haciendo un trabajo de acercamiento a las familias. Para ello, hace falta una gran empatía. Se trata de entender las situaciones que se dan y las dinámicas relacionales, sin juzgar ni posicionarnos en posturas rígidas. Se trata de aceptar la posibilidad de que, dadas unas circunstancias determinadas en tu vida y en tu infancia, dejas de desarrollar ciertas habilidades y estrategias de afrontamiento para llevar a cabo la educación de tus propios hijos. Se trata de entender que, una mente, puede enfermar o perder el norte, según en qué ambiente ha tenido la oportunidad de desarrollarse.
Y se trata de hacer ver a esas personas nuestra comprensión y nuestro compromiso para con sus hijos, consiguiendo que confíen en nosotros y colaboren en la búsqueda de un futuro mejor para ellos. De plantearles una alternativa que rompa el círculo en el que, algunas veces, se encuentran inmersos y del que podrían sacar a sus hijos, ofreciéndoles la oportunidad de una vida mejor.
El acercamiento a las familias, va en paralelo con el trabajo individual del menor. Trabajo que tiene como objetivo, la toma de conciencia de éste respecto a su situación socio-familiar y la aparición de estrategias de afrontamiento y habilidades sociales, que le permita ser un adulto capaz de decidir su futuro, respetando en todo momento, estas decisiones y, al igual que con las familias, no juzgarlos, mostrándonos como un apoyo en caso de que lo necesiten.
Este es un trabajo lento, porque se trata de una lucha interna del menor por aceptar una realidad que, en muchos casos, le supera. Aparecen, en esta lucha, conflictos de lealtades, sentimientos de abandono, necesidades emocionales sin cubrir, frustraciones… etc.
Todo esto, en una mente infantil, es difícil de elaborar. Así mismo, en una mente adolescente, provoca muchas inseguridades y desconfianzas. Nuestro papel consiste en darles seguridad, esa seguridad con la que no han contado hasta ese momento.
Según la Pirámide de Maslow, las necesidades humanas se acomodan en una jerarquía y existe un orden en el que esas necesidades deben ser satisfechas.
Cuando un menor ingresa en uno de nuestros centros quedan cubiertas al instante las necesidades fisiológicas, primer escalón de esa pirámide. Aquí se encuentran las necesidades de alimentación, descanso y respiración, entre otras.
Una vez satisfechas estas necesidades, se generan otras, ahora relacionadas con la seguridad (2º escalón), donde se contempla la seguridad física, moral, de salud, de propiedad privada. Es aquí donde tenemos que esforzarnos los técnicos, ya que si los menores sienten cubiertas estas necesidades, podremos hacer un trabajo más profundo con ellos.
Después, podremos atender las necesidades de filiación (3º escalón, amistad y afecto, entre otras). Y a partir de éstas, aparecerán otras que representan deseos más elevados, las necesidades de reconocimiento (4º escalón, autorreconocimiento, confianza, respeto, éxito).
Hasta este punto, estaremos cubriendo las necesidades de déficit, es decir, necesidades básicas o primordiales.
Sin embargo, los profesionales que trabajamos con los menores acogidos en los centros de protección de Paz y Bien vamos más allá. Mis compañeros y yo, intentamos subir al quinto nivel, la autorrealización, la motivación de crecimiento. Nuestras intervenciones, llegados a este punto, se centran en cubrir las necesidades de moralidad, creatividad, espontaneidad, aceptación de hechos y resolución de problemas.
Muchos de estos menores, no llegan a sentir las necesidades de orden superior, éstas sólo surgen en la medida en que las inferiores, van siendo satisfechas. Un menor en un entorno privado no sentirá las necesidades superiores y luchará, exclusivamente, por la alimentación y el descanso, y en alguna medida, por la necesidad de seguridad.
Para ayudar a los menores a llegar a sentir estas necesidades, en los centros residenciales hemos comenzado a trabajar por grupos con los siguientes objetivos:
– Procurar un espacio de intervención para todos los menores.
– Trabajar temáticas comunes generales, de su interés.
– Trabajar las emociones, facilitándoles la posibilidad de explicar lo que ocurre en su interior.
– Trabajar sus fortalezas y debilidades, reforzando las primeras e implementando las segundas.
– Unificar los grupos para que sirvan de instrumentos de apoyo para cada uno de los compañeros que lo forman.
– Fomentar en los menores su liderazgo personal.
– Ayudarles a encontrar su para qué.
– Orientarles en la búsqueda de alternativas.
Nuestro trabajo es mucho más simple de lo que pudiera parecer, mostrarse cercano, sincero, disciplinado, afectivo y emocionalmente estable. Los menores encuentran así, en nosotros, un soporte de hierro donde mantenerse mientras sus mentes son capaces de tomar una decisión respecto a su futuro.
Mi experiencia me dice que lo principal es decirles siempre la verdad, por muy duro que nos resulte. Son más capaces de aceptar una verdad agría que un engaño dulce.
Por último, nos queda el trabajo de cicatrización de las heridas. Esto se hace a través de las visitas y los encuentros con los familiares. Para dicha tarea, en muchos casos, contamos con la colaboración del equipo educativo, que realiza una labor de acompañamiento, supervisión y registro de dichos encuentros, facilitándonos información útil para la intervención posterior con los familiares.
El día a día de los técnicos transcurre luchando por defender los derechos de los menores, intentando trasladarles su realidad a los técnicos de referencia en el Servicio de Protección de Menores y transmitirles sus necesidades y deseos, buscando de manera coordinada la mejor alternativa posible para su futuro.

La salida

Preparados para su salida, tras todo el trabajo realizado con ellos, ahora nos toca plantearles diferentes alternativas de futuro y permitirles que elijan.
Dependiendo de las edades, estaremos hablando de alternativas distintas. En el caso de los más pequeños, podemos plantear adopciones, acogimientos, familias colaboradoras o el trabajo estrecho con su familia para conservar los vínculos y mejorar las dinámicas relacionales, con la esperanza de posibilitar una re-inserción familiar a largo plazo. Cada caso requiere una intervención diferente, lo importante es conseguir que los menores asimilen su situación y entiendan y acepten que las alternativas que se les ofrecen son las más adecuadas.
En el caso de los adolescente, y cuando nos acercamos a la mayoría de edad, es necesario dejarnos de paternalismos y sobreprotección y ayudarles a enfrentar la realidad, su realidad, sin tapujos. Ayudándoles a entender que las dificultades forman parte de la experiencia compartida por la humanidad, a conseguir prestar una atención consciente a los sentimientos que les incomodan, sin apegarse a ellos y, por último, a tratarse a sí mismos con bondad. No luchar contra esos sentimientos, sino aprender de ellos.
Se trata de ayudarles a encontrar sus valores, para que luchen por ellos. En esta lucha se replantearán la importancia de esos pensamientos negativos, que hacen que su auto-concepto se resienta.
Y por último, el desapego, ser capaces de dejarlos marchar, confiando en sus posibilidades y en los aprendizajes adquiridos. Y permanecer alertas para un nuevo reto, otro menor al que acompañar, otra familia con la que acompasarnos para llevar a ese menor, hacia el mejor de los escenarios posibles para su futuro.
¿Qué nos queda?, la satisfacción de haber sido actores en la vida de unas personas y haber influido de alguna manera, transmitiéndoles unos valores que quedarán más allá de las decisiones futuras que tomen en sus vidas.
¡Buen viaje!