Cuento sobre el mundo interior de un niño con Autismo y su madre, regalado a nuestra entidad por María José Romero Toscano

  • niño con autismo jugando con su madre

El camino sencillo es aquél que, sin pretender, alcanza al corazón y lleva al caminante a descubrirse a sí mismo

INTRODUCCIÓN

Había una vez un niño tocado por el Sol, que en su viaje a la tierra portaría una gran misión.

«Despertar el amor del mundo, aquél que yace dormido en el corazón de todo ser humano».

Así es como su madre se lo contaba cada noche al irse a dormir. Pues nuestro pequeño protagonista necesitaba recordarlo; ya que su alma, tras atravesar el velo del olvido, dejó atrás el recuerdo de su gran don, el cuál su madre supo ver en la luz de su mirada, nada más acunarlo en sus brazos.

«El mundo te resultará extraño y ruidoso. Querrás alejarte de todo lo que te genere inseguridad y miedo. Pero recuerda hijo mío, el mundo necesita de ti». Le decía su madre, mientras su frente besaba.

«Quizás no sepas usar las palabras que expresen tu sentir, quizás las emociones se desborden sin control, como un río que al llevar tanta agua, se sale de su cauce anegando las tierras cercanas. Quizás lo normalmente establecido se queda obsoleto y antiguo; pues se hace necesario encontrar otro camino para comunicarnos, que nos ayude en verdad a vernos desde un lugar más puro y auténtico”.

“Quizás es una oportunidad para despertar el corazón y que sea ÉL, el que de nuevo nos guíe…»

Reflexiona su madre cuando lo ve dormir. Y mientras lo hace, deja que las aguas emocionales encuentren el camino de liberar todo aquello que le resulta desafiante, complejo y difícil. Sus ojos se llenan de lágrimas y un suspiro da paso a un brotar continuado, pausado y lento, para evitar despertar al ángel que duerme a su lado. Y es que la sociedad, a pesar de sus intentos, permanece encorsetada y ciega. Busca en la mente la manera, las formas, los encuadres… argumentos llenos de genialidad compleja y abstracta que se alejan del verdadero sentir, del verdadero corazón. Tal vez, se hace necesario descender desde la complejidad de la mente a la sencillez del templo cardiaco y dejar que sea a través de su latido y no desde tan sólo, el puro raciocinio.

Esta historia tiene un principio, que refleja todos los nacimientos de niños y niñas que llegan a la tierra con una luz especial. Quizás, a simple vista, nuestros torpes sentidos no sepan percibirlas. Sin embargo, son capaces de despertar el amor incondicional de sus padres, los cuales estudiarán y aprenderán más allá de las posibilidades hasta el momento descubiertas. Irán más allá de lo conocido, para dar significado y sentido a la vida que en ellos palpita. Y es que todo parecerá poco y lo poco parecerá mucho. Un viaje apasionante, enriquecedor y desafiante que cada noche tendrá la oportunidad de renovarse.

Convirtámonos en testigos y partícipes de los maravillosos descubrimientos y avances de todos los niños y niñas, que al igual que nuestro protagonista, vienen a enseñarnos una lección de vida. Grandes Maestros aguardan en sus pequeños cuerpos, a los ojos de aquellos afortunados que se entregan a ver.

AGRADECIMIENTOS

Me siento infinitamente agradecida a una querida amiga y compañera y a su hijo; cuya historia inspira estas letras, que con humildad se escriben para mostrar una pequeña parte de la cotidianeidad de las familias que a través de su propia experiencia, nos enseñan un poco más sobre lo que la comunidad científica llama Trastornos del Espectro Autista (TEA).

Gracias a todos los profesionales que dedican su vida a acompañar a estos maravillosos niños y a sus familias, ofreciéndoles sostén y apoyo en momentos donde la confusión y la incertidumbre son generadoras de gran dolor. Gracias por su honorable labor.

Gracias a mi familia, seres queridos y en especial a mi compañero José Manuel por su amor y apoyo incondicional. Siempre alentándome a continuar escribiendo desde el corazón. Mucho más nos queda por aprender, sólo deseo que el camino sea respetuoso, suave y delicado. Quizás alguna vez se haga evidente nuestra torpeza e insensatez, que nos impide honrar la vida que late en cada ser humano, más allá de un síndrome o diagnóstico… Para que todos nuestros esfuerzos se vuelquen en acompañar las múltiples formas de vida que vienen a enriquecer y a nutrir nuestra experiencia.

EL NIÑO DE LA AZUL MIRADA

Había una vez, en un lugar cercano a nuestro recuerdo, un niño cuya mirada de un azul profundo, nació para enamorar al mundo. Un mundo que durante sus primeros meses de vida le dio forma la mujer, a través de la cual nació. Y como cualquier niño que nace frágil e indefenso, a la vez que fuerte y radiante, buscaba consuelo y refugio en el pecho de su madre. Sus sentidos lo abrumaban; pues a través de ellos, podía percibir mucho más de aquello de lo que hasta el momento podía asumir. Cuando más a gusto estaba era en el silencio, arropado por el calor de su madre y acariciado por su suave voz. En el trascurrir del tiempo, muchos intentaron averiguar cómo era que veía el mundo nuestro pequeño amigo. Pues, para tantos hombres y mujeres de ciencia, resultaba ser un gran misterio. Tal vez las preguntas no fueran las correctas, pues las respuestas no llegaban a satisfacer la sed de saber. Quizás lo que percibimos no es tan real, ni real tampoco lo que percibimos. ¿Y si nuestro pequeño amigo nos invita a ver más allá de lo aparentemente visible y medible? Puede que no sea tan necesario recopilar información sobre las rarezas observadas en su modo de vivir, ni compararlo a una medida estándar y socialmente normalizada.

El camino sencillo es aquél que sin pretender, alcanza al corazón y lleva al caminante a descubrirse a sí mismo. Sin necesidad de llegar a ningún sitio, ni alcanzar meta alguna, nuestro querido amigo vive la eternidad del presente, descubriendo en cada instante algo nuevo y diferente. Su mundo, lleno de contrastes, lo llevan a expresarse como si no existiera el tiempo, los límites, ni los condicionamientos. Le encanta la pintura, sin interesarle la técnica y sí la fusión de los colores que a través de sus dedos llenan de vida los lienzos. El mundo se detiene, mientras crea nuevas realidades a los extraños ojos de aquellos que miran sin entender, ni tan siquiera alcanzar a ver.

Poco a poco, su madre aprende a detener el tiempo cuando se deja llevar por su juego. Sólo es una habitación, que en ocasiones se transforma en castillo, en un bosque encantado o en las más altas montañas nevadas. La fantasía vuela creando y deshaciendo realidades nuevas. Se siente amigo de un ciempiés y de un negro corcel. Todo está bien en su mágico modo de ver. Sin embargo, son muchos los que en esta tierra encarcelan el tiempo, lo agrupan, lo dividen y desde su ignorancia, lo desafían. Buscan exprimirle el jugo al tiempo, a la vez que se condenan con ello. Ven la vida como una gran máquina y al hombre, piezas que perfectamente han de encajar en ella. Piezas que son moldeadas a conciencia, bien pulidas y refinadas. Todas buscan encajar en una realidad irreal. “No es fácil romper el molde”, creen los que con la fuerza prueban sin poder.

Tal vez, sea suficiente con dejarnos llevar por la risa que nada pretende y sin más se expresa. Quizás esté bien quitarse el traje del que sabe y volver a ponernos la bata del eterno aprendiz.

Nuestro valiente amigo, no recuerda el impulso de vida que le llevó a nacer; sólo sabe, gracias a su madre, que el mundo necesita de él. Tiene un amigo que le sigue a todas partes, siempre dispuesto a jugar, a crear desde la nada, nuevos juegos con reglas que vienen y van. Con él se siente tranquilo, no hay juicio ni crítica, pues ambos se saben ver y disfrutar. “No existe”, dicen los que hablan sin saber; cuando para él, lo verdadero y real, va más allá de lo que con los ojos se presta a ver. “La vida puede ser más sencilla si aprendemos a guardar silencio”, dice su madre para adentro ante las voces precipitadas, de los que sin saber, hablan.

Cada día, una nueva aventura, la oportunidad de aprender, de deshacer lo ya aprendido para volver a descubrir algo interesante y nuevo; aunque lo nuevo, sea lo mismo de ayer y de antes de ayer. Dicen que la paciencia se hace eterna, o hace eterno a quien la cultiva. Sea como fuere, nuestro querido amigo hace paciente a quien le acompaña, mientras él se impacienta en la búsqueda de sus propios límites.

La naturaleza no hace distinción, no clasifica, ni califica. De ahí que su madre lo lleve cada día a la montaña o al bosque, a la playa o al río; donde no haya miradas extrañas, no preparadas para sin condición amar. Allí se siente no observado y libre; puede correr, reír, bailar y cantar. Los árboles son los grandes guardianes de un misterioso tesoro. Sólo él tiene el mapa y su fiel amigo, la llave del cofre que aguarda en algún rincón del bosque. Mamá le esconderá las pistas, que harán más divertido el juego. Hay días que son monedas de chocolate las que encuentra entre las raíces de un gran roble; en otras ocasiones, ricas manzanas de vivos colores. Ella descubre a través del juego la manera de estar cerca de su pequeño. Y después de haber leído y releído tantos y tantos libros, desde su corazón nace el saber que ofrecerá luz y guía a madre y a hijo. Una sonrisa se dibuja en su rostro, pues no es cuestión de hacer o no hacer, sino de dejar ser. Tal vez un día, su azul mirada inspire a otros niños y niñas a vivir grandes aventuras. Y aunque un día crezcan y dejen muy atrás aquellos años de infancia, nunca lleguen a olvidar los divertidos juegos que inventaban junto a nuestro querido amigo y protagonista de esta atemporal historia. Y así es como cumple su misión, al recordarnos que el verdadero camino es el que se anda desde un corazón entregado al amor.

Cuento escrito por María José Romero Toscano, terapeuta en Espacio Cuidado Natural, escritora en Editorial Hilos de Emociones, enfermera de urgencias.