Texto: María José Matos Calvo, psicóloga de la residencia Santa María (Paz y Bien)
El término de discapacidad intelectual es dinámico y variable. Hasta bien entrado el siglo XX, se hacía referencia a la persona con discapacidad intelectual como ‘idiota’, ‘imbécil’, ‘subnormal’; con el paso de los años, estos términos fueron sustituidos por el concepto de ‘retraso mental’, el cual aparece en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales. En la actualidad, en el último volumen se sustituye ‘retraso mental’ por ‘trastorno del desarrollo intelectual (TDI)’.
Pero, ¿qué es la discapacidad intelectual o el trastorno del desarrollo intelectual? En el año 1992, la Asociación Americana para el Retraso Mental (AAMR) definió la discapacidad intelectual de la siguiente manera:
«La discapacidad intelectual se refiere a limitaciones sustanciales en el funcionamiento intelectual. Se caracteriza por un funcionamiento intelectual inferior a la media, que coexiste junto a limitaciones en 2 o más de las siguientes áreas de habilidades de adaptación: comunicación, cuidado propio, vida en el hogar, habilidades sociales, uso de la comunidad, autodirección, salud y seguridad, contenidos escolares, funcionales, ocio y trabajo. La discapacidad intelectual ha de manifestarse antes de los 18 años.»
Esta definición tiene una revisión en 2002 en la que la AAMR pone en valor el contexto del individuo. El especialista Schalock, siguiendo este nuevo enfoque, define en 2010 la discapacidad intelectual del siguiente modo:
“La discapacidad intelectual se caracteriza por limitaciones significativas, tanto en el funcionamiento intelectual como en la conducta adaptativa tal y como se ha manifestado en habilidades adaptativas, conceptuales, sociales y prácticas. Esta discapacidad aparece antes de los 18 años.”
En la actualidad, el concepto que asume la Confederación Española de Organizaciones en favor de las Personas con Discapacidad Intelectual o del Desarrollo (FEAPS) es que, la discapacidad intelectual o trastorno del desarrollo intelectual es una limitación en las habilidades que la persona aprende para funcionar en su vida diaria y que le permiten responder en distintas situaciones y en contextos diferentes.
La discapacidad intelectual se expresa cuando una persona con limitaciones significativas interactúa con el entorno. Por tanto, depende tanto de la propia persona como de las barreras u obstáculos que tiene el entorno. Según sea un entorno más o menos facilitador, la discapacidad se expresará de manera diferente.
Enlazando con la aportación de FEAPS respecto a la discapacidad intelectual, aludiendo a la importancia no solo del funcionamiento intelectual del individuo sino a la importancia del contexto, a modo de reflexión, debe hacerse referencia a J. Habermas cuando menciona:
“Dado que el ser humano ha nacido ‘inacabado’ en un sentido biológico y necesita la ayuda, el respaldo y el reconocimiento de su entorno social toda la vida, la no completud de una individuación, fruto de secuencias de ADN, se hace visible cuando tiene lugar el proceso de individuación social. La individuación biográfica culmina con la socialización. Lo que convierte, sólo desde el momento del nacimiento, a un organismo en una persona en el pleno sentido de la palabra es el acto socialmente individualizador de acogerlo en el contexto público de interacción de un mundo de la vida compartido subjetivamente.”
Habermas habla de la esencialidad social del ser humano, no hace una infravaloración de la persona por sus limitaciones sino que viene a decir que la persona lo es sin condiciones, es decir, somos humanos por ser con otros. Por tanto, apoya la idea de que más que obsesionarnos con adquirir el mejor término para señalar las dificultades o limitaciones de las personas e incidir en desarrollar la inteligencia, quizá debería adquirir mayor relevancia el desarrollo de la competencia social.
Según Guralnick y Neville (1997), la competencia social se refiere a cómo los individuos definen y resuelven los problemas más fundamentales en las relaciones humanas y plantean, entre sus retos, la capacidad para iniciar y sostener interacciones con otros, resolver conflictos, conseguir amigos y lograr metas interpersonales.
En la actualidad, el trabajo entorno a la discapacidad intelectual se está llevando a cabo en función de la competencia social y de las oportunidades del entorno, adquiriendo por tanto un papel fundamental los apoyos. Asumiendo, por tanto, que el problema de no progresar no es de la persona y sus deficiencias, sino que es un reto del entorno proporcionar diferentes sistemas de apoyo que hagan que avance hacia una mayor calidad de vida. En 2002, Luckasson señala “la creencia de que una juiciosa aplicación de los apoyos puede mejorar las capacidades funcionales de las personas con retraso mental”.
Los apoyos los definen como “recursos y estrategias que pretenden promover el desarrollo, educación, intereses y bienestar personal de una persona y que mejoran el funcionamiento individual”. Hablar de apoyos es hablar de potencialidad.
También en este momento se está contando con concepciones de la discapacidad que ponen en el centro a la persona y su derecho a una vida digna, de calidad y realizada en plenitud (Etxeberría, 2004), y que cuentan con una sociedad que valora al ser humano con independencia de sus habilidades, conocimientos o posesiones (ya sean materiales o intelectuales).